miércoles, 16 de marzo de 2011


Lo maté. No aguantaba más sus golpes. No podía permitir que mis hijos vieran eso. Lo maté. Se que no hice bien, que podría haber aguantado un poco más, pero no lo hice, fui cobarde, o valiente según quién me juzgue y lo maté. Yo sola, yo sola lo maté, no necesite nada de nadie, una vez mas me valí por mi misma, y lo maté. No puedo para de pensar en el movimiento de mis manos, de mis diente en cada puñalazo, no puedo dejar de sentir satisfacción y horror a la vez. No me siento sucia, me siento -errada- eso, creo. Mis hijos se quedaron solos, nunca pensé en eso, pero sí en ellos, por eso lo hice, para darles paz, para protegerlos y que jamás los tocase a ellos.

Seguro me odiarán, pero de grandes me van a entender, van a saber que no fue en vano. Van a saber que esto valió la pena, que sentí lo que sentí porque ya no aguantaba más.

No puedo volver a dormir, cada noche me despierto entre llantos deseando que él esté vivo y volver a hacer lo mismo, quiero vengarme, por cada uno de sus golpes, por cada una de sus malas palabras. Quiero vaciarme la mente para no sentir sus palabras, quiero que el tiempo transcurra rápido para poder mirar a mis hijos a los ojos y pedirles perdón, sentir sus brazos rodeando mi cuello, escuchar sus risas donde el dolor no llega... Los necesito tanto como ellos a mí, sin embargo, la justicia no comprende.

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