jueves, 5 de enero de 2012

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Los ojos se le cerraban, pasaba las hojas sin poder extraer el jugo a la lectura, miró por la gran ventana y sentía seguridad en su casa, allí nada malo otra vez le podía pasar, sentía hasta confianza en sí misma para poder seguir, para al menos tomar esa taza de café… Acomodó su taza en la mesita ratona, estiró las piernas, intentó volver a retomar la lectura pero le costaba concentrarse, a cada ruido se sobresaltaba era más fuerte que ella. No recordaba cuando fue la última vez que encendió la televisión, no sabía que estaba pasando a su alrededor, no le interesaban las noticias, la curiosidad que la caracterizaba de una u otra forma se habían ido. Muchas de sus actitudes habían desaparecido, de a poco las iba notando, de a poco volvía a conocerse, había cosas que le molestaban, como ese extraño escalofrío que sentía al mirar la terraza, nadie le supo explicar porque le pasaba. Los psiquiatras que la atendieron sólo le pudieron decir que no era más que un mecanismo de reacción que la propia mente ejercía a razón de lo sucedido, y ahí mismo cuando algo de su pasado se presentaba, entraba en un estado de shock, a llantos desgarrados, un estado de histeria, que sólo podía ser controlado con medicación. Dormía por horas, y al despertarse no recordaba nada. Los escalofríos los evitaba, trataba de no alzar la vista, la poca ropa que ensuciaba se la lavaba una vecina amiga, una señora amable de unos 60 años de edad, que cada medio día entraba sigilosamente a la casa y le preparaba una ensalada con escarola, remolacha, huevo y pollo. Mágicamente tanto ensalada como su visita eran sus preferidas.

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