lunes, 13 de febrero de 2012

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Sus días eran monótonos, y era la primera vez que no le interesaba. El pasado tenía tanto color, tantas mariposas decorando sus historias, si cerraba sus ojos podía sentir el suave aroma de las rosas, sentirse acariciada por las ramas de un paraíso que la vio crecer. Crecer, siempre quiso hacerlo, sentirse grande, sentirse mujer deseada y odiada a la vez. Quería que los proyectos tan soñados se cumpliesen, dar pasos agigantados. Si hubiera sabido que todo el futuro se le desmoronaría frente a sus ojos, no hubiera dado esos pasos de gigantes.
Abre los ojos y su realidad es la misma, se llama Mercedes, tiene 28 años y tuvo el dolor más grande que un ser puede sentir.
La vecina intentaba hablar con ella, pero no había muchas palabras para sacarle, sus monotonías hacía entender a todos que ella necesitaba recuperar la paz que le sacaron, digo le sacaron porque así se expresaba ella, al menos cuando decía lo que sentía. Hoy le tocaba psiquiatra, odiaba los mates, esos días oscuros, dónde a nada le encontraba sentido, dónde sentía que con lo poco que hacía no era útil para nada. La psiquiatra llegaba con ese perfume que invadía la habitación, cada hueco quedaba con una porción de su ser. Para Mecha las sesiones eran eso, sólo sesiones, no encontraba una mejoría, ni nada, estaba cansada de jugar al ajedrez, mirar imágenes, y que intenten con rayos láseres saber que pasaba por su mente, estaba cansada de todo ese circo que se instalaba cada semana.

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