jueves, 19 de noviembre de 2009


"... Le hablaba de su temor a ponerse nostálgico, a terminar hablando de las mismas cosas de siempre con los mismos viejos de siempre, a hundirse en una melancolía patética, y, como todo eso se lo dice mirándola a los ojos, llega un momento en que empieza a sentir que el estómago se le va cayendo hacia los intestinos, que un sudor frío le riega la piel y que el corazón se le convierte en un redoblante. Como es una emoción tan profunda, tan vieja y tan inútil, Chaparro sale disparado a cerrar la ventana del despacho para despegarse como sea de esos ojos castaños. Pero como la ventana ya está cerrada decide abrirla, aunque resulta que afuera hace un ofri de padre y señor nuestro y por lo tanto decide cerrarla. Al final no tiene más alternativa que volver a su sitio, pero tiene el cuidado de quedarse de pie para no verla tan directamente por encima del escritorio y del expediente que ella tiene delante. Irene sigue sus movimientos, sus miradas y las inflexiones de su voz con la atención atentísima de siempre. Chaparro se queda callado porque sabe que si sigue en ese camino terminará diciéndole cosas irreparables y justo a tiempo vuelve a aquello de la máquina de escribir."

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