Un hilo de luz salía de lo lejos
del bosque. El monstruo sorprendido agarró la mochila más a mano metió un par
de cosas y comenzó a caminar. El viento movía las
araucarias, cada tanto se escuchaba caer alguna rama a lo lejos, la luna brillaba
en lo alto, bien llena, bien redonda que iluminaba el espacio. La sombra del -temible-
monstruo era más enorme de lo que realidad era el pequeño Bin.
Bin se fue alejando de su aldea,
sin miedo alguno dejó el lugar que lo reconfortaba, su lugar conocido donde no
tenía miedos y se sentía a salvo.
Necesitaba saber que era aquella luz, que pasaba allí. Siguió caminando,
vaciló cada tanto… ¿Era correcto ir hasta allá? No le había avisado a sus
hermanos, para él la aventura que acababa de emprender era la decisión correcta.
Sin darse cuenta el sendero se
hacía angosto y la mochila pesaba cada vez más, el cansancio no ayudaba así que
decidió parar y sacar un par de elementos innecesarios del bolso, sacó el agua,
una caja de luciérnagas, dos latas de hormigas y una soga de serpiente. La luz
se acercaba cada vez más aunque estaba también cada vez más alta. Se sentó a
descansar, sintió sed pero no había río alguno, tenía frío pero no había
agarrado abrigo, decidió seguir para no perder el ritmo, total la
curiosidad siempre estaba.
Cansado y agotado sintió unos
pasos detrás de él, sintió miedo pero ya había tomado la decisión de continuar, de averiguar. A él no le gustaba dar el giro, no le gustaba sentirse equivocado. Cada tanto
volteaba y relojeaba hacia todas las direcciones posibles. En un momento el
viento cesó, Bin se abrazó fuerte así mismo como lo hacía cuando temía pero no detuvo la marcha. Supuso que era algún animal, eso lo fortaleció. La luz
cada vez se hacía más grande, su sombra ya era doble. De repente se detuvo,
caminó despacio, pisaba con miedo. La oscuridad delante de él lo envolvía. Un pie, luego el otro, izquierdo, derecho,
izquierdo derecho… Sentía cada piedrita en sus pies, sentía las hojas de las
araucarias caídas, el pasto entre sus finos dedos, porque los tenía por más que
fuese un monstruo.
Hasta que no sintió más nada, se
cayó. Era una caída interminable, veía la luna cada vez más chiquita, la luz se
perdía… Ahí dónde él creía que había algo ya no estaba. Cayó. Estaba oscuro, le
dolía el cuerpo, la sangre azul le brotaba de todos lados, eligió cerrar los
ojos e imaginar la luna, abrazar la enorme luna llena que sabía que estaba en
algún lado. Recordó las risas de los momentos felices en la aldea, saboreó el gusto del guiso de caracoles que comía cada treinta y nueve del mes. Él simplemente quería saber quién o qué estaba allá. Él quería
seguir, pero no tuvo las fuerzas, no podía, no pudo… No puede.-
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